Hace un tiempo, cuando escuché el término “burnout” me llamó la atención. Es llamado también el “síndrome del trabajador quemado”, el que se desencanta por un estado de agotamiento físico, emocional o mental, deja de tener proyectos u objetivos porque se ha desgastado, se ha desmotivado.
Pero yo quiero hablar del opuesto, para el cual no sé si existe nombre en sí, ese trabajador con vitalidad continua, con energía, con ganas de hacer cosas, con ilusión constante, con motivación y ganas que contagian. Ese empleado que deberíamos ser todos o, al menos, retarnos a serlo.
Para ello creo que tenemos que tener una conexión con lo que hacemos, pensar que nuestro trabajo es importante, que puede cambiar la vida en ciertos aspectos a otras personas, sentirnos parte de un proyecto del que somos una pieza que tiene mucho que aportar o, al menos, que somos parte de ese engranaje. Conseguir no mirar el reloj para ver cuánto falta para salir, sino disfrutar con lo que estamos haciendo. Para eso tenemos que trabajar con pasión, con ganas, muchas ganas.
Las personas que creen que las cosas les van a salir bien tienen más posibilidades de que les salgan bien, ya que ponen todos los recursos en marcha para conseguirlas.
Ahí está el reto, en hacer de las ganas el día a día y no llegar nunca al “burnout”, poner los medios para que eso no suceda.
¿Y cómo conseguirlo? Creo que hay dos factores imprescindibles para ello:
- Recursos personales: entrenarnos en pensar en positivo, en disfrutar de lo pequeño, en el optimismo, …
- Recursos laborales: ambiente laboral que facilite la autonomía, la comunicación, conciliación familiar, …
Mostrar una buena actitud, una buena disposición y un buen comportamiento en el día a día de nuestras tareas, es nuestro mejor reclamo. Nuestra actitud habla por sí sola de nuestras ganas de implicarnos en el trabajo y de integrarnos en el equipo, de nuestra pasión por seguir aprendiendo y mejorando, de crear buen ambiente.
Aunque las aptitudes son importantes (cualificación, preparación, formación) podemos potenciarlas con nuestra actitud. Esa será la diferencia entre un buen trabajador y un trabajador excelente.
Y es que el gran secreto del éxito, de los sueños, de ser feliz…está en las ganas. Sin entusiasmo, sin tesón, sin esfuerzo, sin pasión, lo dejaremos todo a medias.
Para que las cosas en la vida sigan creciendo, avanzando y funcionen necesitan impulso constante, motivación, mimo y optimismo. Además de valentía para afrontar todos los cambios.
Y bajando a lo concreto, todo esto, además, es imprescindible en los procesos de transformación digital de la empresa: ganas y “huevos” (con permiso). Hay que involucrar a toda la organización y que todos se sientan parte de ella, para lograr su compromiso en el desempeño de sus nuevas tareas y en la revolución de su día a día que significa, conseguir que lo vean con ilusión y ganas, como un reto y no como un inconveniente que les produzca desasosiego. Para eso hace falta ese empuje adicional, esas ganas y pasión y… un profesional solvente que se encargue de organizar, gestionar, empujar, motivar, buscar un plan B cuando sea necesario, coordinar, delegar cada tarea. Y eso es lo que consigue Emilio al frente de Bitevol, enhorabuena.
Digamos que Emilio es como ese relojero que se encarga de que cada pieza gire y se acomode con las de alrededor para dar bien la hora. “Tic tac, tic tac”…seguimos con el proceso de transformación digital con ganas, optimismo y profesionalidad 🙂