Se ha puesto de moda la palabra distanciamiento. Y tal vez lo que nos haga falta sea más distancia para alcanzar una visión panorámica de lo que significa distanciamiento en nuestras vidas. Sin embargo, también la proximidad, la cercanía, la no-distancia o el padecimiento (en nuestras propias carnes) de ese distanciamiento, nos lo explica sin palabras.
Comprender es una cuestión de distanciamiento, mientras que entender lo es de aproximación (como dice Raimon Panikkar: «Se requiere una auténtica humildad para entender, es decir, para intentar situarse bajo el encanto de lo que se entiende»). La tecnología digital facilita la proximidad (virtual) en la distancia física y, paralelamente, favorece el distanciamiento (físico).
¿Hasta dónde queremos habitar virtualmente? ¿Lo digital nos otorga capacidad para responder a la pregunta anterior o la lamina? ¿Nuestros cuerpos se rebelan a lo que la tecnología les revela? ¿Tenemos que elegir entre demasiado próximos y demasiado distantes? ¿Podemos?
La tecnología y la naturaleza bailan una danza de distancias, ora sueltas, ora agarradas. No estaría de más que le pusiéramos sentidos (ritmo y co-razón) a ese baile.