Cualquier persona que tenga una profesión en la que tiene que desarrollar su creatividad día tras día, seguro que ha sufrido en más de una ocasión el “síndrome de la página en blanco”. Aunque se suele asociar a escritores, yo creo que es algo que nos afecta a todos los que tenemos que sacar imaginación de donde sea.
Yo elegí estudiar periodismo, una carrera en la que la creatividad es necesaria pero siempre acompañada de la veracidad y rigor de los hechos que cuentas. Sin embargo, en marketing digital necesitas ser constantemente creativo, en la redacción de tus textos, en la creación de anuncios, en tus campañas en redes sociales…
Y no todos los días se está inspirado. No se puede ser original las 24 horas. ¿De qué depende? La verdad que no lo sé. Por mi propia experiencia de un cúmulo de factores que simplemente hacen que fluya “sola”, a veces siendo un éxito rotundo y otras con muchas posibles mejoras.
Tu estado anímico, la cantidad de trabajo que tengas acumulado, el tema que tengas que desarrollar, tu propia experiencia sobre lo que vas a escribir, incluso el entorno en el que estás cuando trabajas… Estos son algunos aspectos que, por lo menos a mí, me condicionan a la hora de que surja con mayor o menor potencia la creatividad.
Pero volviendo al folio en blanco, hay miles de artículos que hablan sobre cómo hacerle frente, cómo superar esa frustración en la que tenemos que arrancar y no hay manera. Sentimos que las pilas se han agotado, que necesitamos una musa, un milagro o más tiempo para poder tener la inspiración necesaria.
Antes de llenar ese documento de letras sin sentido, muchos te aconsejan que te organices mejor antes de empezar a escribir, que hagas un calendario, que empieces a anotar lo que te venga por la cabeza… Para mi, no hay teoría que valga.
La creatividad no la podemos forzar, surge, y cuando lo hace debes estar alerta.
Es como una chispa que explota en tu cabeza y a partir de ella van surgiendo una lluvia de ideas de la que tenemos que utilizar un paraguas para deshacernos de algunas y recoger solo aquellas que se pueden aprovechar.
Y todo ese proceso es realmente agotador. Tanto el de querer plantar cara a ese folio en blanco cuando no sabemos ni por dónde empezar, como el de querer plasmar todas las ideas que pasan de golpe por nuestra mente. No tiene nada que ver cómo acabo mentalmente tras hacer un trabajo totalmente mecánico, por ejemplo, transcribir unos textos, a cuando debo partir de cero.
Nuestro trabajo no es físico, nos pegamos 8 horas o más delante de un ordenador, sentados, levantándonos lo justo para hacer breves descansos. Pero lo siento, yo acabo agotada igualmente.
“Estrujarte el cerebro” te deja exhausto, precisamente porque no es fácil conseguir un trabajo realmente creativo, sea del tipo que sea.
Pero yo no lo cambio por nada. Hay días que cuesta más que otros, pero cada uno sabemos en qué momento merece la pena esforzarse y cuándo no. ¿Qué estoy menos creativa? Aprovecho para adelantar otro tipo de trabajos como leer emails, planificar, desarrollar algún trabajo que no requiera pensar demasiado, etc.
Y a veces, cuando menos lo espero, aunque esté trabajando en otra cosa, viene. Es como si mi cerebro estuviera trabajando en paralelo sin ser yo ni consciente. Como si hubiera delegado en él y le hubiera dejado el recado de que vaya pensando en una idea y cuando tenga algo original que lo comparta conmigo.
Y así me pasa, sin más, llega. Y es cuando ese folio en blanco se llena de frases, a veces inconexas que más tarde hay que terminar de dar forma, pero que dan vida a un proyecto que en otro momento era imposible sacar adelante.
Seguro que si tu trabajo también es creativo como el mío tienes tus métodos, tus momentos, tus trucos para sacar inspiración de donde a veces sentimos que no la hay. Ese bloqueo es inevitable, si está ahí, no puedes romperlo.
Puedes sentarte a esperar que pase el tiempo o, lo que yo prefiero, hacer otras cosas hasta que encuentres la mejor forma de saltar esa barrera para que una vez superada, llegues a tu meta con esprint final.