Con la honestidad por bandera te diré que si esperas leer algo que no sepas, cierres la página. No continúes leyendo el artículo si esperas encontrarte con algo que desconocías hasta este momento; siento decirte que no será así. De hecho, estoy seguro que tampoco en mis anteriores artículos he dicho algo que no sepas.
Pero déjame decirte algo; ahí es donde se encuentra nuestra principal adversidad, en que sabemos mucho más de lo que creemos, pero no lo hacemos.
Si preguntásemos a cualquiera de nuestros amigos, familiares, etc, cuál es la prioridad de sus vidas, estoy seguro de que todos contestarían lo mismo que diríamos nosotros. El trabajo, el ocio, amistades, familia… Pero como también sabéis, no existen dos personas iguales, así que lo que nos diferencia a los unos de los otros es el orden que ponemos a nuestras prioridades.
En dos de los últimos procesos de selección en los que he participado me han hecho la misma pregunta; ¿cuáles son tus prioridades?. Respondí en ambas ocasiones lo mismo, de la misma forma que haré si en el futuro se repitiera; “mis hijos, mi familia, por encima de cualquier otra”.
“El trabajo no es la prioridad número uno para mí. Es un medio, no un fin”. El trabajo como tal (realizar una tarea para recibir a cambio una remuneración), no puede, jamás, apartar del primer puesto a mi familia y a mis hijos. Si así fuera estoy convencido de que más temprano que tarde acabaría fracasando con el mayor tesoro que un padre puede tener; la vida de mis hijos, el disfrutar de momentos únicos e irrepetibles con ellos.
Evidentemente que todos necesitamos “trabajar” para poder vivir, pero más aún el saber vivir para poder “trabajar”.
¿Alguna vez os habéis parado a pensar, cómo es posible que – algunas – personas que aparentemente lo tienen todo, no sean felices? Personas dirigiendo empresas, con familia, casas con piscina, altos ingresos. Y luego se encuentra la otra cara de la moneda, personas con ingresos más “modestos”, pisos humildes, hijos, etc. Los segundos exponen al resto del planeta sólo con su mirada una sensación de felicidad y de “éxito” digna de enmarcar. ¿Acaso no será cuestión del orden de prioridades?
“Sí, ya, pero los primeros tienen éxito y los segundos no”, me dicen. ¿Qué es el éxito? ¿Por qué sólo etiquetamos de éxito a quien cuenta con mucho dinero? En ese caso, digo yo, será exitoso económicamente hablando, pero ¿y lo demás?.
Hijos sanos, un trabajo con el cual percibe un salario, una mujer que te abraza cuando llegas a casa, una película en el cine, una escapada a la playa… ¿de verdad que eso no es tener éxito?
«La vida es muy sencilla. Sencilla, no fácil». Lo escuché una vez y me encantó.
Jugar al baloncesto es sencillo (meter una pelota en un aro), pero no es fácil.
¿Por qué nos gusta tanto complicarnos la vida, cuando es más sencilla de lo que nosotros nos empeñamos?
No pretendo, además de que resultaría imposible hacerlo, convencer a nadie de que los problemas no existen y de que prácticamente no tenemos ningún derecho a pasar por malas épocas. Yo soy el primero que estos dos últimos años no lo ha pasado muy bien precisamente, con golpes duros e inesperados (personal y profesionalmente), pero sí que tenemos la obligación y el deber de volvernos a levantar, de cerrar el puño y gritar: por mi familia, mi prioridad, que volveré a ganar.
Al final la vida consiste en eso, en una competición liguera. Perderás muchos partidos y otros los ganarás, pero ojo… que la “liga” es muy larga y aquí gana quien es más regular. Y si pierdo, ya nos volveremos a enfrentar, sabré cómo juega la vida, su táctica, y estaré listo para hacerle frente.