«En estos tiempos (o espacios), lo que toca es rendirse a la evidencia (científica) oficial, pues no somos capaces individualmente (ni fuimos, ni seremos) de recorrer cada camino que conduce a cada evidencia (científica) o, tal vez, no estamos dispuestos a considerar que lo único científico de cada evidencia es cada camino.
Ya en el camino, parece evidente (si algo lo es) que la praxis científica (y la filosófica), necesita de hilos conductores que cosan hipótesis iniciales con conclusiones finales. Esos hilos, fabricados con los modos de ver el mundo, representan, por lo tanto, una cosmovisión. Y esos hilos, cada día más, son digitales.
Naturalmente, los hilos, relatos o cosmovisiones, tienden, por supervivencia, a hacerse fuertes (competitivamente hablando), invasivos y autorreferentes. Aplanan la realidad mediante la exclusión, arrinconamiento o finiquito de otros planos posibles.
La transformación digital de la sociedad aporta riqueza a la vida, pero no por ser digital sino porque es una transformación humana. Si lo digital solo transforma desde lo digital (desde su visión, lógica y praxis, desde su evidencia), asfixiará otras dimensiones de lo humano y atentará contra el principio básico del desarrollo vital: el equilibrio armónico.»