Me contaron de pequeño que lo de Babel era el resultado de un castigo divino. Parece ser que Dios había construido, en uno de los seis días hábiles de Creación, un lenguaje común, pero al darse cuenta que eso permitía a los humanos colaborar y levantar una torre que llegara hasta el cielo, decidió crear la diversidad lingüística.
Aun siendo una de las historias más absurdas que uno pueda imaginar, sí es cierto que el ser humano se ha esforzado en conseguir un lenguaje único. Tal vez para colaborar (y llegar a construir la famosa torre) o para que el otro se entere de los insultos que uno le profiere. En cualquier caso, si entendemos que cada lengua expresa una visión del mundo, habría que preguntarse por la perdida de diversidad, es decir de riqueza (de esa que no computa en el PIB), que supone un sólo lenguaje.
Aunque pudiera ser que hubiera un lenguaje único que tal vez no condujera a un pensamiento único o una visión del mundo única. Cuando me contaron, de no tan pequeño, lo de Lo Digital, me maravilló que toda la vida, en su diversidad, se pudiera convertir en unos y ceros y luego (una vez comunicada y decodificada) volverla vida de nuevo. Me temo que no es tan así y que ciertos algoritmos inocentes priorizan unas visiones sobre otras.
Además, leí a Gilles Deleuze y Félix Guattari que decían: «El lenguaje no es la vida, el lenguaje da órdenes a la vida; la vida no habla, la vida escucha y espera», y me dí cuenta de que el lenguaje es cosa de intermediarios. También el digital.