Que todo lo que gira a nuestro alrededor está sufriendo un cambio evolutivo, es evidente. Sin embargo, y de eso trata esta entrada, hay algún aspecto que me preocupa y me hace mostrar una inquietud por el conocimiento. Me preocupa porque noto en cierta parte de la sociedad un pensamiento algo equivocado o confuso con la realidad, principalmente a través de las redes sociales. Por suerte estos pensamientos no corresponden a la mayor parte de la ciudadanía y cada vez más personas, empresas y medios de comunicación empiezan a entender que todo no es lo que parece y que en ocasiones lo valioso e interesante se encuentra escondido, solo que necesita de la ayuda de un tercero para poder brillar.
Es un tema complejo, diverso e interesante. Algo que demuestra que ni todo es blanco, ni todo es negro. Algo que certifica que todos somos diferentes, que todos tenemos mucho que aportar y que todos destacamos en algo a diferencia de los demás.
Tengo 35 años, cumpliré los 36 en diciembre. Puedo aseguraros que hasta hace apenas unos meses no sabía qué habían o no estudiado mis padres. Podría deciros lo mismo de otros integrantes de mi familia. Incluso también podría deciros lo mismo sobre mis mejores amigos. Sobre mi pareja os diré que sí lo sé, su uniforme de trabajo la delata, pero también puedo daros mi palabra que nunca eché un vistazo a su CV. No me importa.
Lo que sí podría hacer pero no lo haré para que no sea interminable esta entrada, es la enorme cantidad de recuerdos espectaculares que tengo de cada uno de ellos, la cuantiosa valía de demostraciones de lo que significa ser buenas personas. Todo lo que soy se lo debo a ellos.
Como veis, el termómetro que marca los grados de la grandeza de estas personas no lo señala un CV. Son grandes por cómo son como personas, por lo que transmiten, no por lo que tienen o dejan de tener. Y sí, lo he dicho muchas veces y no me cansaré de decirlo, en las empresas faltan buenas personas. Capaces de hacer bien sus funciones por supuesto, pero ante todo buenas personas. Quizás esta frase que tanto me gusta pueda expresarlo mejor: sobra gente, faltan personas.
Por suerte todo cambia y cada vez existen más vías de formación para quienes siguen apostando por ella. Lejos quedan aquellos años donde sólo algunos podían formarse. La autoformación está al alcance de todo el mundo, raro es quien no dispone de conexión a internet en su domicilio. Por ejemplo, ¿te gusta la fotografía? Navegando por la red puedes ver cientos de tutoriales gratuitos que te explican de manera detallada todo cuanto necesitas saber para, por ejemplo, utilizar manualmente una cámara réflex. ¿Necesitas aprender el uso o utilidad de una aplicación informática? Lo mismo que con el ejemplo anterior, tienes mil opciones, tutoriales, etc, que te harán dominarlo.
Ser buena persona. Tener educación. Ser respetuoso y tolerante. Estar abierto a aprender de todo el mundo y entender que toda persona tiene algo que enseñar. Tener empatía (saber ponerse en el lugar del otro). Tener buen corazón. Transmitir alegría. Ser puntual, positivo y participativo. Valioso trabajando en equipo. Capacidad de liderazgo. ¿Fácil, verdad? No os engañéis, no lo es. Es más, quien sea capaz de sacar al exterior y desempeñar ¿sólo? el 50% de las cualidades anteriores, ya tendrá un CV espectacular, que podrá mejorarlo por medio de experiencias profesionales y formación, sea del tipo que sea esta última.
No quiero ni pretendo engañar a nadie. Únicamente trato de defender mi punto de vista sobre las titulaciones, que pueden ir, o no, de la mano con la formación. Que hay mil maneras diferentes de formarse y de adquirir conocimientos culturales, y que lo verdaderamente importante es ampliar nuestra sabiduría, estar abiertos a que nuestra mente se enriquezca todos los días, independientemente de la manera que escojamos para ello.
Ya para terminar, puede que alguno de los lectores se haga la pregunta de qué tiene que ver el contenido de la entrada con la esencia de Bitevol. Realmente, todo.
En las muchas conversaciones con Emilio, en tantas otras con alguno de sus colaboradores, etc, jamás, y digo jamás, se ha hablado de lo que tiene o deja de tener cada uno. Repito, jamás. Es ahí donde se enriquece y tiene sentido todo esto, porque se valora a los demás una vez conocidos profundamente, no en 5 minutos de lectura de un “papel”. Porque Emilio es justamente el claro ejemplo de todas estas líneas y de su contenido, un ser humano (cuyo valor está muy por encima de lo “profesional”) capaz de encontrar ese punto extraordinario que hace que cada uno de nosotros seamos diferentes y capaces de aportar lo que otros son incapaces de ver.
El talento no es un don celestial ni un milagro caído del cielo, sino el fruto del desarrollo sistemático de unas cualidades especiales.
José María Rodero