Muchos de nosotros pasamos al día más tiempo con nuestros compañeros de trabajo que con nuestros propios hijos o nuestra pareja. Para muchos puede parecer muy triste el verte “obligado” a compartir tantas horas de tu vida con personas que no son las que tú has elegido.
La cuestión es que, para tener un sueldo correspondiente a una jornada de 40 horas semanales, implica pasar un tercio de nuestro día en nuestro puesto de trabajo. Por lo tanto, los compañeros que te rodean son fundamentales para hacer más agradable el 33% de cada día de tu vida.
Hay profesiones que te unen mucho más que otros, y ya sea por compartir mesa, turno o mismos intereses, te acercas a algunos compañeros con los que pasan a formar parte de tu vida.
Por eso, cuando una de estas personas con las que has pasado tantas horas que no lo puedes ni calcular, se marcha o vais a dejar de veros de forma rutinaria, cuesta a veces asimilarlo.
Adiós no, mejor hasta luego
A dos de mis mejores amigas las conocí en el trabajo. Personas que entran para compartir unos meses una jornada laboral de 8 horas y, a lo que te quieres dar cuenta, llevan más de una década a tu lado.
Esto no suele ser lo habitual, pero sí que tengo la suerte de haber coincidido en mis diferentes trabajos con personas que se han quedado en mi vida a pesar de que cada uno haya seguido caminos diferentes. Por eso, las despedidas en el ámbito laboral son muchas veces doloras.
Sin embargo, después de tantas idas y venidas, de tantas personas con las que compartir escritorio, cafés, risas e incluso discusiones, tengo clarísimo que si un adiós en el trabajo duele es porque ese compañero ha pasado a ser amigo.
Y las amistades, como el amor, se basan en la química, esa magia invisible que te hace estar cómodo y confiar en una persona.
Por todos los compañeros que se me ha escapado una lagrimilla al saber que el lunes no estaremos juntos, son los amigos con los que sigo contando mis penas y alegrías de forma habitual. Y para mi este es uno de los regalos que te da un trabajo, sin esperarlo y sin saber cuándo te tocará.
Despedidas con sabor amargo
A veces por alivio, otras por saturación, en ocasiones porque no te quedaba otro remedio; hay despedidas que nos dejan un sabor amargo. Que nos vemos en la necesidad de decir adiós porque algo no funciona.
Cuando he sido yo la que me he ido, este tipo de despedidas “amargas” han sido por diferentes motivos. El más traumático, sin duda, fue mi despedida por llevar meses sin cobrar. Mi compañera y yo llegábamos a casa llorando, con rabia e impotencia día tras día apoyándonos la una en la otra.
Cuando dices adiós por cambiar de ciudad no suele ser nunca fácil. Al volver a Zaragoza tras varios años en Valencia, dejar mi trabajo y a mis compañeros (los que me descubrieron e hicieron apasionarme el mundo digital) fue también bastante duro.
Y tampoco me han faltado despedidas inesperadas, como encontrarme un finiquito al regresar de unas vacaciones por Malta. A mi compañera también la echaron a la vez, pero nos unió más que nunca y seguimos nuestra amistad durante años.
Fue un placer coincidir
Y otro tipo de despedidas a las que tenemos que hacer frente en el entorno profesional es cuando termina una relación con un cliente. Hay proyectos en los que estás tan inmerso, te gustan tanto y disfrutas tanto invirtiendo horas en ellos, que los consideras parte de ti. O, mejor dicho, que tú formas parte de ellos.
También he tenido que despedirme de clientes con pesar, con tristeza porque por X motivos dejas un trocito de ti en su negocio. Y aunque esas despedidas son extrañas de digerir, por otro lado, reconfortan.
Nos recuerdan que, si duelen un poquito, es que hemos hecho nuestro trabajo bien. Hay clientes con los que da gusto coincidir en la vida y, como ocurre con los compañeros que pasan a ser amigos, a veces ocurre esa magia.
Y es que, aunque la sociedad nos muestra nuestra vida profesional como una obligación, algo que tenemos que hacer nos guste o no para ganar dinero, el trabajo muchas veces es más que eso.
Nuestra profesión está rodeada de personas encantadoras que pasan a ser para el resto de nuestra vida, un compañero, un amigo o un bonito recuerdo con el que compartiste en una etapa de tu vida, un montón de experiencias.
El problema es que solo valoramos la importancia de esas personas cuando llega el momento de la despedida.